sábado, 25 de octubre de 2008

Historia del Vino


La historia del , según la mitología griega, comienza con amor, sigue con despecho y vuelve a coronarse con amor.

Todo comenzó con una acaramelada pareja de enamorados, que disfrutaban de si mismos en un bello paraje del Olimpo, junto al rio Estiga, durante una calurosa tarde de verano La pareja no era cualquier pareja. No, No. Eran el poderoso Zeus y la hermosa Sémele (hija de Cadmo, el rey de Tebas y de Hermione, la hija de Marte y Venus).

Ambos se habían enamorado loca y apasionadamente, de manera desbordante. Zeus estaba enamorado por completo, y para probarle a Sémele la honestidad de su amor, le juró aquella tarde amor eterno.

Así, escribió en la arena de la playa su declaración, jurando que jamás habría para él otra mujer y que siempre satisfacerla todos sus deseos y para terminar, la cubrió con lirios.

Pero claro, Zeus no era un hombre libre. ¡Ha no!, estaba más que casado y además, ¡con quien estaba casado! Pequeño detalle ese ¿no? Porque su nada simple esposa, era la muy poderosa Hera, una mujer hermosa y temperamental, que para peor estaba totalmente despechada y cansada de los engaños de su enamoradizo esposo.

No era la primera vez que Zeus engañaba a Hera, para nada, pero este romance había colmado su paciencia. Sentía una mezcla de celos y rabia, ¿que tenía que hacer su esposo con esa mortal, simple, paliducha, flaca y sin poder alguno?

Enfurecida, y aprovechando que contaba con el poder de transformarse según su voluntad, tomó la apariencia de Beroe (la nodriza de Sémele) y le dijo que debía guiarla a una nueva y romántica cita junto a Zeus en el palacio real. La loca enamorada corrió a la cita como boba, y se aprontó a la espera de su hombre, completamente engatusada: se acostó desnuda, se cubrió de flores, se perfumó don perfume de jazmín y se adornó con diademas de esmeraldas –tal como le gustaba a Zeus.

Pero claro, por más espera y paciencia que Sémele puso, quien llegó no fue Zeus, sino Hera, ahora con su apariencia habitual pero un mal humor inconcebible. Despechada concentró toda su ira en la bella Séleme y le lanzó una mirada fulminante, que cubrió tal cual rayo de fuego a la pobre victima.

En ese mismo instante, Zeus estaba presidiendo un consejo divino, cuando un inmenso dolor le sobrevino en el pecho. Allí, sin saberlo lo supo, se levantó violentamente y corrió al destino que le indicaba su intuición. Vulcano, su hijo y amigo, le acompañó para asistirlo de ser necesario.

Y de hecho, fue necesario. Cuando llegaron, se encontraron con un doloroso panorama: sólo quedaban cenizas doradas. de quien alguna vez había sido la hermosa Séleme de Tebas. Allí, entre las cenizas, Vulcano descubrió un objeto brillante. Y aleluya, allí estaba el único recuerdo que Zeus obtuvo de su gran amor: ¡era el embrión que Sémele había tenido en su vientre! ¡Era un hijo de Zeus!

Para salvarlo, Vulcano tomó delicadamente al pequeño y sin mediar palabras con su padre, infringió un tajo en el muslo izquierdo de Zeus y colocó allí a su medio hermano para que terminara allí de crecer.

Pasó el tiempo, y finalmente llegó el día en que debía nacer el pequeño Dioniso, fruto del amor inmortal entre Sémele y Zeus. El alumbramiento del niño fue privado: Sólo asistió Zeus y Sémele, cogió a Dionisio y lo depositó en un altar natural cubierto de madreselvas, jazmines y lirios. Repentinamente llegó al evento Hermes (el otro hijo predilecto del rey del cielo) a quien Zeus depositó al niño para que le cuide intensamente, pues sabía más que bien, que Dionisio no podía quedarse en la corte del Olimpo, pues allí su vida corría peligro.

Ese fue el día que nació Dionisio (Baco según la mitología romana), el dios del, promotor de la civilización, la paz, y protector de la agricultura y el teatro.

1 comentario:

Geraldo Maia dijo...

Hola Silvia,
És un grande placer estar visitando tu agradable y interessante blog.
Saludos desde Brazil:
Geraldo